Por Anibal Delgado Fiallos
En su primera campaña presidencial el símbolo de don Porfirio Lobo era una horrorosa manopla de hierro que evocaba las armaduras feudales; imposible saber a quién se le pudo ocurrir semejante esperpento como atractivo electoral; el propósito era que los electores entendieran que su gobierno sería de “mano dura”, porque sólo a pura verga, según el decir de los viejos comandantes de la dictadura, se puede amansar a los hondureños.
El discurso retador de don Porfirio, sus amenazas represivas y los puños intimidatorios levantados por él y sus partidarios lo fueron alejando del electorado y el resultado fue la derrota; posteriormente sus asesores extranjeros le dijeron que una de las causas era la imagen autoritaria que había proyectado; en una nueva ronda electoral debería aparecer como un hombre capaz de dialogar y de establecer consensos.
En la campaña de 2009 su sonrisa de oreja a oreja ocupó pantallas y portadas; pero ya en el ejercicio del cargo vuelve con lo que es su realidad: se ha despojado del embozo de dulce abuelita y, como en el cuento de Caperucita Roja, repentinamente muestra la faz pavorosa de la represión.
Don Porfirio cree que la paz es producto de una voluntad autoritaria, por eso es que no ha vacilado en movilizar el gran aparato represivo heredado de gobiernos anteriores y lanzarlo contra las manifestaciones de los maestros y los estudiantes.
Si hubo respuesta posterior de los manifestantes, la escalada de la violencia fue iniciada por la policía cuando de la disuasión pacífica, del acuerdo civilizado con los que desfilaban, pasó a la agresión; ¿y quién ignora la vieja táctica de infiltrar provocadores en las marchas para justificar la represión, deslegitimar la acción reivindicadora y provocar el repudio de la ciudadanía?
Aquí en San Pedro Sula estudiantes, trabajadores y docentes de nuestra Alma Mater, la Unah-vs, fueron severamente gaseados en los propios recintos de la Institución; ¿el motivo?, el intento de estos de protestar por la infernal represión utilizada días atrás contra alumnos y docentes en Ciudad Universitaria y la incursión brutal e irreverente de policías y militares en sus predios.
Cuando el mundo vive una nueva era en la que la ciencia y la cultura ocupan lugares preeminentes en la sociedad, los consensos trabajados con paciencia y empeño son lo único decente para abrir la puerta a la paz social; eso de mano de hierro no es de humanistas ni de cristianos; nos hace evocar las épocas del encierro, destierro y entierro cuando en Honduras no se movía nada porque todo estaba aplastado por la bota del dictador y sus sicarios.
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