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miércoles, 6 de abril de 2011

Brillo de luciérnagas


Mario Roberto Morales

Cántico de Cuaresma para quienes prodigan bendiciones y nadan con la corriente.


Cuando San Juan de la Cruz dice que “El secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual”, no está proponiendo una resignación pasiva y victimizada al estilo de los encorvados esperpentos iglesieros que deambulan por sacristías y confesionarios y que para fortuna nuestra son una especie en extinción. Por el contrario, invita a actuar partiendo de lo que es y no de lo que quisiéramos que fuera. De donde aceptar lo real tal cual no equivale a resignarse a ello, sino a partir de una base realista para transformarlo. De lo contrario echaríamos palos de ciego. Y no me refiero a experiencias eróticas de no videntes.

El poeta místico español propone aquella actitud como “secreto de la vida”, es decir, como una especie de fórmula de la felicidad, porque ha comprendido que quienes no aceptan lo concreto tal cual es y, por el contrario, insisten en percibirlo y juzgarlo como lo que quisieran que fuera, han hallado el camino más corto hacia la frustración y la amargura. Es el caso de casi toda la progresía biempensante que se enfrenta a quienes sí se resignan a aceptar fatalmente que la vida es inamovible y que le temen más al cambio que a podrirse en vida. Ambos bandos se complementan porque padecen obsesiones compatibles.

A propósito, resulta interesante comprobar que después de la guerra fría mucha gente de izquierda abrazó diversas formas religiosas de vivir, pues así alivió una frustración política e ideológica basada más en la ilusión y el deseo que en el “análisis concreto de la realidad concreta”. También lo hicieron numerosos derechistas arrepentidos de sus asesinatos, violaciones y saqueos, pues ya sin la guerra reaccionaria se vieron solos ante su vacío interior. Ambos bandos entraron en su propia oscuridad y necesitaron luces ajenas que les señalaran el camino de salida. Ya lo decía Schopenhauer: “Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de oscuridad para brillar”. Y después de la guerra fría, vaya si brillaron.

De aquí, las cotidianas lluvias de bendiciones que nos caen encima al dar la mano a amigos y el beso en la mejilla a amigas, o por correo electrónico, teléfono y chat. No hay escapatoria posible a las benditas bendiciones. Nos las arrojan por radio y televisión los pastores, los políticos y los locutores que piensan con la garganta y son maestros en la improvisación de sinsentidos. Todos las prodigan hasta el empalagamiento espiritual. Tanto que, después de un asalto, el ladrón exclama: “Órale vato, gracias; que Dios te bendiga”. Así da gusto entregar el móvil (teléfono o auto). Ante todo la buena educación.

Vivimos entonces en una sociedad religiosa a pesar de que cada familia adinerada tiene un pequeño ejército privado al que encarga hacer justicia cuando ésta se le ofrece; a pesar de que la paz contrainsurgente es más violenta que la guerra en Irak, y de que los sicarios más eficientes son menores de edad al servicio de los llamados “grupos paralelos”, los cuales a su vez responden a los intereses oligárquicos y del capital corporativo transnacional. Estamos viviendo otra Edad Media en muchos sentidos, en cuenta el del oscurantismo necesario para que los fanatismos puedan, como las luciérnagas, brillar.

¿Cambiamos esto con recetitas neoliberales y masacrando más civiles como general contrainsurgente? Esto es volver al pasado. La solución reside en apoyarse en el pueblo para arremeter contra todo lo que impida nuestra marcha hacia el futuro. Ya lo dice el refrán: “Sólo los peces muertos nadan con la corriente”.
 
 

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