Armando García
Siempre que se quiere exaltar la figura del maestro, los calificativos van desde mentor hasta apóstol. Por el contrario cuando se le quiere denigrar los epítetos van desde haragán hasta vago.
Acerca del educador se han vertido los más perversos oprobios, sobre todo, cuando reclama sus derechos. En esto último, esté quien esté en la presidencia de la república siempre tendrá una cohorte de sicarios prestos –bajo aquellas doras razones– a soltar baba, página e imagen en los medios de comunicación para desprestigiarlo.
Se sabe: ninguna conquista del forjador del humanismo y la cultura ha sido gratuita. Nada le han regalado al mentor. Nada ha nacido de las buenas intensiones de la clase política bipartidista.
Las leyes y los beneficios sociales logrados por el reproductor de la identidad, han tenido que pasar por cuenta y prolongada lucha. Y allí está, y estará siempre, el injuriado educador ingeniándoselas para medirse en la protesta por el respeto a su derecho pisoteado por el gobierno de turno. De turno, porque todos, en su momento, parecieran estar cortados por la malevolencia de la misma tijera.
En esta última jornada magisterial por el logro de un Estatuto del Docente digno y respetado, sobre todo en lo referente al manual de puestos y salarios, se han dicho un sinfín de horrores y falacias sobre el maestro: que es privilegiado. Que gana un salario alto. Que es holgazán. Que no le gusta dar clases. Que es el culpable de la inflación porque se sopla el presupuesto estatal. Y una tonelada de descabelladas etcéteras contra el educador, cuidándose en no mencionar el billetaje del erario condonador de la robancina de quiebrabancos, financieras y otros desmadres y pillerías de los bandoleros encumbrados en la cosa pública.
Lo que no dicen los del gabinete, ni el Ejecutivo ni el grupito de quinichos (del suajili: burro) turiferarios, es: que hay un maestro autor de libros, en diferentes materias, elaborados gratuitamente y en tiempo extra.
No hablan que hay un maestro con nivel de licenciatura, master o doctorado, trabajando en todos los niveles, y que esa especialidad, sin ayuda estatal, fue obtenida argollándose en organismos de crédito educativo.
No dicen que un maestro, con tales títulos gana, después de más de 25 años en la docencia, una pírrica cantidad de pesos desplumados equivalente a menos de 400 dólares.
No mencionan que el maestro debe estar actualizado, tiene la obligatoriedad de comprar libros (no importa cuán caros sean).
Nunca han dicho que el maestro es padre de familia. Que sus hijos comen, visten y sueñan y que tienen derecho a la calidad de vida que gozan los demás profesionales; que debe, él su familia (aquí hay una palabreja de moda) accesar a la computación, al aprendizaje de un idioma, al dominio de un instrumento musical, a la práctica de un deporte y a una casa habitablemente humana y a transportarse con todos los fierros de la modernidad.
Que tiene que tener conexión con todo género de comunicación ciberespacial: cable televisivo, a la internet, al teléfono (fijo y celular).
No dicen jamás que el maestro no sólo sirve su clase sino que al llegar a su casa sigue en la planificación educativa, en la corrección de tareas y trabajos y en la revisión de exámenes y llenando cuadros, o sea, regateándole preciosa parte de su tiempo a su cónyuge y críos.
No bostican palabra para decir que el maestro le da clases diariamente a alumnos, que no son cosas (máquinas ni latas maquiladas) sino sujetos, que tienen cabeza, problemas, inquietudes, de los cuales el maestro es el niñero y guía en esa prolongación del hogar que se llama aula.
No dicen que el maestro jubilado gana una papada (por no decir la mala palabra) de pensión después de haber dejado la pelleja en treinta y más años de clases.
Que ese pinche salario, que tanto ponderan un trío de locutores oficiosos, sólo le ajusta para mal pasar y pagar los medicamentos contra las enfermedades profesionales.
En fin, hay que decir que mientras haya un gobierno soberbio irrespetando al magisterio, siempre habrá un maestro digno, dispuesto a echar el resto por el respeto a su gremio y a sus derechos conculcados. Punto.
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