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martes, 15 de marzo de 2011

La discusión sobre la cultura en tiempos de lobos y corderos

Gustavo Zelaya
Parece que hay un fuerte debate sobre el asunto de la cultura entre  grupos muy respetables que han desempeñado papeles riesgosos durante el golpe de estado y  dignísimas personas simpatizantes del movimiento de Resistencia Popular, de la misma condición que los anteriores, que enfrentaron y se oponen a la demencial represión de las hordas golpistas y que no  se han rajado. De eso no debe haber duda alguna. Y son tantas las visibles apariencias y la profundidad de la discusión que, incluso, se provocan ardientes chispas de muchos lados, pronunciamientos y contrapronunciamientos, se esgrimen mandobles y espadas sin filo, se empuñan mosquetes y arcabuces atrofiados por todos lados, herramientas ineficaces por viejas y desgastadas; tan virtualmente incendiario se ve el asunto que da la impresión  que las papas han estado calientes y por cuestiones de coyuntura de pronto se entibian.
 Como que la cosa tiene que ver con añejos instrumentos bélicos y desprestigiadas nociones vanguardistas. Eso parece. Tan seria y peliaguda la polémica  que el nudo gordiano por desatar, y no es cualquier Alejandro el encargado de ello, está lleno de horarios por cumplir, formales protocolos que deben verificarse, locales y sitios de reunión, y, lo fundamental por resolver, es quién debe encargarse de organizar, convocar y disponer la agenda que de antemano podría estar preparada, al mejor estilo de la tradición política de derecha e izquierda, de sindicatos y movimientos estudiantiles de antaño, de apenas cuarenta o treinta años atrás. Este parece ser el rollo principal. Si no soy yo, entonces nadie. Por ahí van las descargas y filazos lanzados. En unas cuantas semanas de este mes de marzo hemos visto esa forma de encauzar, dirigir y organizar eventos políticos, igual que antes entre espartanos y atenienses la polémica se resolvía en el campo de batalla. En la FEUH de antaño, en la FESE, en el Consejo Estudiantil, en la Central Sindical o en la actual UD pasaba la misma situación: todo prefijado y planificado en sus menores detalles. Sin mencionar tanto convenciones cachurecas en la mera ciudadela liberal. Y ahora tenemos copias similares a propósito de esa discusión sobre la cultura que debe desarrollarse desde la Resistencia.
La riqueza del encontronazo conceptual es tan compleja y difusa que no se sabe de qué  trata el problema: si de la cultura o del arte, si de los que contribuyen a generar  la cultura o de los artistas que sólo son otro elemento del tema cultural. Todos ellos muy importantes por cierto.  Mientras tanto, los más importantes gestores culturales, los profesores, siguen en la calle y en los tribunales luchando por la defensa de sus derechos, sin darse cuenta que hay una discusión sobre la cultura en la resistencia y de la resistencia.
Aquí se expresa también otra de las apariencias del fenómeno: los que discuten parece que no saben que uno de los papeles principales en el problema de la cultura lo desempeñan los profesores. Aunque hasta ahora la cultura no ha sido el asunto fundamental, sino que apenas han tratado de establecer  posibles fechas para convocar el evento,  en qué locales de reunión puede desarrollarse, quiénes deben ser los encargados de organizar el acontecimiento y nada más que eso. Como se ve, puros cuentos burocráticos. Posiblemente la organización y participación en el encuentro cultural no sea tan simple y realmente la formalidad también sea significativa ¿pero es lo fundamental?
Podría preguntarse si alguien está interesado en determinar qué concepción de la cultura está en cuestión; qué papel desempeñan en ese tema los sujetos colectivos y los individuales; qué relación podemos establecer entre los acuerdos logrados en la Asamblea del Frente Nacional de Resistencia Popular y la lucha por generar una cultura y más cultura para y con el pueblo; cómo establecer el alcance de la cultura en una concepción política que pretende desarrollar un país más justo y democrático, con presencia de diferentes expresiones culturales. Preguntar también si la cultura es algo que debe definirse con precisión o es más bien un problema por resolver, problema al cual no hay que buscarle significados y definiciones exactas sino concebirlo como un proceso inacabado, incompleto y que se nutre constantemente con aportes nacionales y otros externos.
Discutir, por ejemplo, sobre la necesidad de la cultura política en nuestro medio y cómo aportan en su formación las distintas etnias, en especial las mujeres, los diversos grupos sociales, el barrio, las comunidades, los académicos, los profesionales, el trabajador urbano y el rural. Debatir si la cultura oficial puede ser enfrentada con los medios que ella misma ha producido o si hay otras opciones para superarla; qué lugar ocupan los medios de comunicación en el proceso cultural, la relación entre esa segunda naturaleza y los problemas ambientales, cómo el capitalismo hace de la cultura uno de sus instrumentos más eficaces de dominación.
Con toda seguridad que hay una mayor cantidad de cuestiones por discutir, aquí apenas se mencionan unas cuantas relacionadas con el conflicto entre poseer una cultura especializada, fragmentada, muy tecnificada o en formarse en una cultura general, más humanizada. Pero si tendría que pensarse en cómo hacer para que la cultura política y las distintas expresiones artísticas dejen de ser una preocupación, un ocasional motivo para reflexionar; que deje de ser, pues, un  asunto interesante para los artistas y los demás hacedores de cultura y convertirla en una práctica efectiva que ayude a superar el atraso nacional y las condiciones de dominio que nos ha impuesto el capitalismo. 
15 de marzo de 2011

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