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martes, 15 de febrero de 2011

Carta al compañero Israel Salinas

Tegucigolpe 15 de febrero de 2011.

Compañero Israel:

Le escribo esta carta con dolor e incredulidad. Cuesta mucho ver a un compañero más emprender ese viaje final del que nadie vuelve; y resulta increíble que hace tan sólo unos días nos dábamos la mano, fraternos, solidarios, hermanos en la lucha. El golpe de Estado nos colocó en la misma trinchera; y compartimos días de fuego, de coraje, de alegrías, de tristeza y de esperanzas, como son nuestros días en la resistencia.

Son tantos los recuerdos –a diario en la conducción del Frente en los primeros meses después del golpe, en asambleas en San Pedro Sula, sitiados en una carretera de Danlí, gaseados en las calles de Tegucigolpe…- y en ninguno de ellos falta su actitud amable, sus argumentos sólidos a favor del pueblo. Es cierto que no era usted un hombre perfecto, pues tal cualidad nadie en este mundo la posee. De ello se valen algunas gentes mezquinas para intentar empañar su memoria, pero sus méritos son más radiantes que cualquier miseria humana que quiera echar paletadas de sucio sobre su recuerdo. Su lucha de años es innegable, su magisterio en la defensa de los intereses de la mayoría es ejemplar.

¿Cómo se ve la lucha desde esa altura, compañero Israel? ¿Tiene la misma importancia, así, vista desde la inmensidad de las galaxias? ¿Sabe ahora por qué nos empeñamos en destruirnos a nosotros mismos y destruir la pequeñísima casa que habitamos en el universo? ¿Le ha sido revelado el destino de Honduras? ¿Alcanzaremos la liberación? Ahora que usted ha sido totalmente liberado de esta tierra yerma, quizá haya encontrado las respuestas, quizá no, pero seguro se ha unido a las milicias celestiales de la resistencia donde Isis Obed, Wendy Ávila, Renán Fajardo, Róger Vallejo, Vanessa y todos los mártires lucen escudos de luz, impenetrables por las balas de fuego.

No, compañero Israel Salinas, usted no se ha ido, usted permanece alimentando el fuego de nuestra lucha; usted vive en el corazón de su familia y en el corazón del pueblo que resiste. Su corona no son cipreses enlazados, sino laureles de dignidad y deber cumplido. Nos duele, sí, nos duele no volver a verlo en las movilizaciones, no escuchar su voz arengando a la masa popular, no recibir otra vez el apretón de su mano, recia y a la vez amable. Pero hemos de reencontrarnos, tal vez, cuando nosotros mismos emprendamos ese viaje; y su rostro sonreirá satisfecho el día de la liberación de la patria. Su lucha continúa con nosotros. La victoria la alcanzaremos acicateados por su memoria.

Así que no hay un adiós, compañero, sino un hasta pronto, hasta la victoria siempre.

Samuel Trigueros

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