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martes, 29 de marzo de 2011

Ningún lobo es humano


Samuel Trigueros


El estado de represión, violación de Derechos Humanos e indefensión tiene en Honduras su territorio de caza. Las jornadas de manifestación pacífica encuentran, cada día, los retenes armados de la intolerancia, de la ilegalidad y violencia repartida por igual contra hombres y mujeres (maestros, maestras, campesinos, sastres, albañiles, sindicalistas, trabajadoras domésticas, cientistas y demás trabajadores/as de la cultura, etc., de todos los gremios y sectores poblacionales) que luchamos contra el sistemático desmantelamiento de las conquistas populares.

Estimulados por el ejemplo del magisterio nacional, el resto de la población se une solidariamente a su lucha y reconoce en ese contexto el atentado multidireccional que el régimen de Porfirio Lobo –heredero y continuador del golpe de Estado- perpetra contra la mayoría de la población hondureña: la masa laboral identifica en los proyectos de Ley que a matacaballo se están aprobando en el Congreso Nacional (Ley de Incentivo a la Participación Ciudadana o “municipalización/privatización de la educación pública”, ampliación de la edad de jubilación, Ley para las regiones Especiales de Desarrollo o “ciudades modelo”, entre otras) un patrón de despojo social, cuyas directrices emanan del BID y Banco Mundial, como brazos económicos de la parásita política imperialista.

La respuesta de Porfirio Lobo Sosa, ventrílocuo de los intereses oligárquicos no puede ser más fascista: mientras se esfuerza por mantener una sonrisa estúpida recetada por los gestores de imagen pública y repite, una y otra vez, que su “gobierno” actúa en apego y respeto a los Derechos Humanos, a la Constitución de la república y a los acuerdos de la ONU, en las carreteras de todo el país la masacre contra el pueblo recrudece a cada hora; el uso de la fuerza policial, militar y paramilitar excede cada hora los límites de la razón y el humanismo.

Este día, en el momento exacto en que la comisión de juristas del régimen intentaba rebatir, sin éxito, las demandas internacionales interpuestas ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en defensa de los derechos humanos de los jueces despedidos por oponerse a un sistema judicial corrupto, otra jornada de represión se desataba en Tegucigalpa y otras regiones del país. La cuasi simultaneidad que posibilita la tecnología de medios, nos permitió entrelazar dos discursos contradictorios (el que la Comisión gubernamental desplegaba en Washington y el de las acciones reales del régimen): mientras los emisarios del régimen en Washington aseguraban “Nosotros respetamos los derechos humanos y contamos con un sistema jurídico que garantiza los debidos procesos judiciales con imparcialidad de criterios”, en Tegucigalpa Pepe y su séquito decía que “esta gente (los maestros) está acostumbrada a quebrarle las rodillas a todos los gobiernos y yo no voy a caer en su jueguito. Calle que el magisterio se tome, calle que será desalojada”. Partiendo de esa expresión ejecutiva, los sanguinarios cuerpos represores ejecutan, ipso-facto, una cacería brutal de manifestantes catalogados -peyorativa y criminalmente- como “izquierdosos”, “vándalos”, “terroristas” en “asociación ilícita”. La terna de comisionados de la CIDH en Washington emitió opiniones no vinculantes todavía a su pronunciamiento final, pero dejó plantadas muchas interrogantes que señalan meridianamente que la medida (o desmedida) aplicada a la población en resistencia y, específicamente, a los jueces expulsados de sus cargos por apoyar la justicia (aún contra los entuertos de una legalidad construida ad-hoc de los intereses capitalistas), no es la misma que el sistema judicial aplica a los partidarios de la política oligárquica. La presunción de que todos somos iguales ante la ley queda, en este caso, sepultada y en espera de exhumación.

La respuesta de Porfirio Lobo (“¿Y qué más podemos hacer?”) ante la pregunta (“¿Reprimir a la población es la única alternativa que el gobierno propone a la crisis magisterial’”) formulada por un periodista, declara, además de la soberbia rampante del mandamás, la incompetencia del régimen para encontrar soluciones pacíficas y racionales a las demandas sociales. La acusación gubernamental de que el magisterio en paro cívico atenta contra el interés superior de la niñez, soslaya la inveterada irresponsabilidad de los administradores de la educación en sucesivos gobiernos bipartidistas y criminaliza a un gremio que -junto a padres, madres, niños y niñas- es víctima simultánea de un sistema diseñado y aplicado para empobrecer y someter a la población, en provecho de pequeños grupos de poder que manejan la economía, la política, la legislación, la cultura y los imaginarios del pueblo como “target” y sustento de la expoliación y el latrocinio.

El escenario atroz de una Honduras convulsa, gaseada y ensangrentada, creado por los operarios de la desigualdad, supone la posibilidad de estar frente a la fase preparatoria de un autogolpe de Estado que, seguramente, los EEUU contemplan como parte de sus planes estratégicos para América latina o, en su defecto, al menos, provocación para que la resistencia abandone su bandera pacífica, con lo cual se justificarían nuevos niveles de represión y la existencia de unas Fuerzas Armadas y Policía que actúan únicamente como brazos medievales de una casta política, empresarial y religiosa malditas.

Así, el diálogo al que, garrote en mano, llama Pepe Lobo -con la condición de desmovilizar al magisterio en su estrategia de presión y omitiendo toda responsabilidad sobre el incumplimiento estatal de los acuerdos firmados en agosto del 2010 entre el gobierno y el magisterio-, no ofrece las condiciones adecuadas para llegar a un consenso justo. Mientras la soberbia de Lobo (o su absoluta sumisión a la política norteamericana para instalar Estados lacayos que funcionen geopolíticamente como portaviones de su intervencionismo), las calles seguirán siendo el territorio de batalla en que los “cuatro gatos” que somos la mayoría poblacional nos opondremos a los planes del imperialismo y de sus títeres criollos.

El proyecto de San Francisco de Asís para humanizar al lobo de Gubbio sigue siendo nada más un motivo de la literatura religiosa que no aplica a Porfirio Lobo, por más que vocifere oficiar en los altares del humanismo cristiano. El otro cuento, en el que los leñadores ejercen juicio popular contra las fechorías de la montaraz bestia, parece más propicio para entender el paisaje florecido de insurrección y las respuestas que, en legítima defensa,  el pueblo es capaz de dar a quienes atentan contra su vida y dignidad.

Tegucigolpe, 25 de marzo de 2011


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