Los días grises de esta semana parecen haber despertado nervios poéticos embotados a fuerza de política. De entre los envíos que han circulado en las últimas horas de este viernes santo, restacamos esta pieza poética de Samuel Trigueros, corpus poético que quiere trascender a la muerte, tal vez, al tercer día de su lectura.
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EN EL ANDÉN
Que mis poemas no sepan cuando haya muerto.
No se lo digáis. Que ellos
sigan viviendo en los bosques perennes,
lejos de los cazadores furtivos.
No hubo otro camino que pudiese tomar.
Todo me condujo aquí. Con esfuerzo
y, a veces, blandamente
como una brizna sobre la corriente.
Alguna vez fui carpintero, maestro,
constructor de cometas,
pintor ecléctico, predicador de una capilla
donde una chica hizo arder mi corazón
como en el mismo infierno;
frutas de todas las temporadas
pregonó mi voz,
crucé a nado como un tritón
incontables ríos y en algunos
vislumbré la muerte,
peleador callejero, conferencista de arte,
editor, lazarillo
de diversos ciegos,
mas todo me llevó a este deslumbramiento.
No hubo elección.
Sólo un reconocerse
en el centro del misterio.
Incluso estas palabras
provienen de ese hechizado territorio.
De pronto, un día, los astrolabios
se quedan sin estrellas
y los esquiroles declaran su incompetencia
pues desconocen mi lenguaje.
Como el sol es la ley para los jardineros,
así para nosotros que aspiramos
la flor fugaz de la existencia.
Y oscurece.
Cuando haya muerto que no lo sepan mis poemas.
Susurrantes como hojas
del profundo corazón de un bosque impenetrable,
lejos de los cazadores furtivos,
sigan viviendo.
Samuel Trigueros
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