I
Ellos son el origen del cáncer
los del traje cosido con hormigas
abotonado con formol
los de la dentadura mecánica y voraz
los que redactan publican y reparten
la sombra y el mastín
las babas de las prohibiciones
los que secuestran la ternura
y la exhiben sin brazos
sin abrazos
cicatrizada de impuestos
en las vitrinas de la sangre
los que en lugar del corazón
cargan un catafalco preñado de cadáveres
los que masacran la esperanza
hollan la luz cortan los jardines
y nos entregan un orbe de basuras.
II
Ellos son la reverberación fatal del cáncer
los dueños de la fábrica inhumana
los productores del insomnio y del cansancio
los demiurgos del fondo de los pozos
los reinventores del vómito y del hongo
los orondos sepultureros de la patria
los antisoles de la década perdida
los susceptibles alérgicos a todas las verdades
los cuervos adiestrados
en la potencia oscura de la fiebre
mensajeros del cierzo
heraldos de la miasma
reptiles de la muerte
sobre la blanca pared del sueño y de la historia.
III
Ellos son la suprema esencia del cáncer
los prisioneros del Cromo y del Estilo
los perfumistas de la soledad
los del tacto enajenado
los que meten la mano en medio de los pájaros
y engendran un piano de inmundicias
patronos de Caronte
espuma amarga del tedio y del olvido
pirómanos del alba
los tristemente siniestros
postergadores de la dignidad
los soberbios
los oficiantes del quinqué apagado
los propietarios de la intensidad del frio
los publicistas de la semilla estéril y el Tratado
y su económico gendarme
los parceleros del crematorio de las almas
los del cerebro político baldío
donde copulan entre spots de aullidos
el neopoder y la mentira.
IV
Ellos son la llagada corona del cáncer
el círculo de pústulas
servido en cucharón de plata
los invasores tullidos de la democracia
los enquistados en la pesadilla ciudadana
los administradores del pentotal y la picana
los despiadados amantes de sí mismos
las tarántulas inciviles
anti civiles
rodadoras de un sol momificado
ellos son la diana pútrida a la que apunta
el rayo de palabras
y el puño acumulado de las lágrimas
y la ira sencilla
natural
constante
inexorable.
Samuel Trigueros
(Del libro “Antes de la explosión”, Tegucigalpa, 2009)
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