El futuro es hoy
Samuel Trigueros
En un paralelismo aterrador -seguramente diseñado y construido por mentes más “cultas” en estos mecanismos que las de Enrique Ortez Sequeira, Juan Ramón Martínez, Oscar Álvarez y Porfirio Lobo-, la quema de una escuela en la comunidad de Santa Rosita, Lempira, parangona los hechos atroces que profetizó Ray Bradbury en su novela “Farenheit 451”[1], cuya primera edición data de 1953.
En el relato de Bradbury, Guy Montag pertenece a un cuerpo de bomberos cuya tarea no es apagar incendios, sino todo lo contrario, provocarlos para exterminar los libros que conservan y leen los disidentes de un país futurista. La máxima que rige esta acción es: "La vida debe ser fácil, sin complicaciones, y todo aquello que quiebre con eso, todo aquello que requiera de pensar, debe arder en el fuego". En esta sociedad, leer y pensar está prohibido, la televisión –que ocupa paredes enteras y emite programas interactivos que simulan la participación ciudadana- manipula las mentes de millones de personas y las sumerge en el conformismo y la alienación.
En el pasado reciente, luego del 28 de junio de 2009, las equivalencias de esta doctrina de vaciamiento cultural y humano son escandalosas. Durante la dictadura de Micheletti, la flamante ministra de cultura, Mirna Castro[2], [3], aseguró que era necesario quemar un montón de libros que publicó el gobierno de Manuel Zelaya Rosales, porque le metía a la gente en la cabeza ideas comunistas; intentó convertir el Archivo Nacional en cuartel para los veteranos de guerra, despidió a valiosos/as hacedores/as de cultura y descalabró el andamiaje académico e institucional que tanto esfuerzo y tiempo costó levantar a favor de la cultura, convirtiéndolo en una pasarela fashion para las chicas superpoderosas. Las cacatúas del régimen no tardaron en sumar la algarabía de sus voces: Juan Ramón Martínez, por ejemplo, señaló que había que “poner cuidado a los artistas porque ellos eran capaces de mantener vivo el fuego de la insurrección”. El escribidor César India(s)no manifestó en dos continentes que él sería el primero en vestir la fatiga militar y agarrar las armas si era necesario para aplastar a la resistencia.
El incendio que arrasó con una escuela, al occidente de Honduras, es el más reciente ejemplo de barbarie de un régimen fascista que ya no tiene ningún escrúpulo en mostrarse como tal en su afán de dominación y desarticulación de la resistencia popular y de todo aquello que represente disenso, oposición, cultura y, sobre todo, anhelo de construir una patria justa en la que los intereses de una minoría potentada no estén sobre las necesidades y voluntad de las mayorías.
Como en el país de Montag, aquí también la televisión intenta manipular la opinión popular, criminaliza a compañeros/as en resistencia pacífica y a organizaciones que impulsaron y aportaron para dar vida a lo que ahora son cenizas. También aquí los medios corporativos suplantan (mediante trucadas tele encuestas) la verdadera participación ciudadana que exige el pueblo. Los bomberos del país de Montag cuentan con la ayuda del Sabueso mecánico, una poderosa máquina que se parece a un perro y es capaz de rastrear a los fugitivos para matarlos con una inyección masiva de narcóticos. Los ladridos y tarascadas del Sabueso –entrenado en fabulosas técnicas de falso positivo, seguridad nacional, mano dura y otras preciosuras- ya han acabado con la vida de muchos compañeros y compañeras que se oponen al régimen y su tácita política de terrorismo de Estado. El reciente “descubrimiento” de un narco-laboratorio asegura la dosis de estupefacientes que el Sabueso mecánico requiere para sedar la opinión pública.
Todo apunta a confirmar lo que ya sabemos: que nada es casualidad, que nada es un error o accidente, que todo obedece a una política represiva, metódica, asesina e implacable. El comunicado del Concejo de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), publicado el día 10 de marzo de 2011[4], rechaza esta criminalización de que es objeto por parte de la ultraderecha criolla; al tiempo que desnuda las verdaderas causas del incendio y sus probables autores.
Aunque Ray Bradbury jamás escuchó sobre lo “políticamente correcto” (Political Correctness), vislumbró su nacimiento y fue capaz de advertirnos sobre los peligros de un Estado que pretende ostentar la verdad absoluta en todos los campos de la vida ciudadana, que intenta obligar a las personas al conformismo, que destruye la diversidad de opiniones con el fin de evitar ofensas a la irritable minoría que explota al pueblo y que reduce la cultura a un acto anodino o criminal.
Montag, sin embargo, comienza a desagradar al Sabueso mecánico porque “huele” que el bombero -de la mano de una pequeña niña adolescente, que aún sabe sentir, pensar y admirar la belleza, lo cual le provoca un sentimiento de inexplicable humanidad- está a punto de unirse a la red de resistentes que viven en clandestinidad por oponerse a la política de desculturización y deshumanización extrema del Estado. El viaje de Montag, desde su conducta basada en un pilar de leyes y de orden hacia su destino como un criminal de la lectura, comienza con un único pensamiento: “No soy feliz”. Es entonces cuando descubre que los lectores resistentes no son monstruos asociales y que lo único que quieren es cambiar las reglas de una sociedad tan injusta como absurda. Igual que Montag, tampoco nosotros somos felices bajo un régimen como este, que atenta contra todo rastro de humanidad y justicia social.
El futuro que Bradbury retrata quiere ser impuesto precozmente por el régimen de Porfirio Lobo, Oscar Álvarez y sus adláteres que doblan su espinazo ante las exigencias del imperio. Pero el futuro para quienes resistimos ese embate oscurantista también es hoy, en tanto lo construimos con la fuerza de la razón, de la cultura y de la lucha popular inclaudicable.
Tegucigolpe, 11 de marzo de 2011
[1] Esta novela de Ray Bradbury lleva como título la temperatura (Farenheit 451) a la que el papel se enciende y arde.
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